lunes, 1 de marzo de 2010

Señor escritor


Arturo Flores, con su estilo inteligente, ácido y fantástico, presentó en el Palacio de Minería Cuentos de hadas para no dormir
Estoy ansioso por leerlo


Felicidades Arthur
 

Enviado por Xtyan a través de Google Reader:

vía La Tormenta Negra de Arthur Alan Gore el 23/02/10


Lo digo y lo sostengo: Mystica en el Vive y mi libro en Minería, ¡qué gran año! 
Fue una gran presentación, con auditorio lleno y gente afuera.
Gracias a todos.
A continuación, el texto que leí.

Señor escritor

 Esta mañana contemplé una muerte en el metro. No quiero calificarla como suicidio, mucho menos como asesinato, ya que no me consta. Mientras sucedía yo me encontraba en las escaleras eléctricas ubicadas en el túnel que conecta un andén del otro. En ese momento escuché las llantas del convoy que se desgarraban de llanto para frenar. También el golpe, seco y contundente. Finalmente, cuando ascendí de lado en que tuvieron lugar los hechos, ya todo estaba consumado. Los policías iban y venían. La gente, confundida, algunos incluso molestos porque aquello le daba al traste a su rutina, comenzó a murmurar. Una señora se deshacía en llanto, espantada, mientras se apretaba contra el cuerpo de un hombre.

Los testigos no se ponían de acuerdo: unos decían que se aventó; otros, que lo empujaron. La muerte tuvo lugar en mi cabeza, literalmente, porque en ese momento yo transitaba por debajo de las vías.

A todos nos sacaron de la estación donde, por cierto, ya tuve la infortuna de presenciar un suicidio hace algunos años. Con el de hoy van tres. Increíble, pero cierto.

Algo me queda claro: la muerte nos asusta.

Sea que el desconocido de hoy en la mañana haya decidido terminar con su existencia o que alguien le haya ayudado, ya fuera por accidente o con toda la atención, pocos de los que estuvimos en el lugar, en el momento en que el tren segó su existencia, podrán irse a dormir esta noche sin experimentar una contracción en el estómago.

¿Quién era desconocido? ¿Qué fue lo último que pasó por su mente? ¿Se dirigía a trabajar o a la escuela? ¿Quiénes llorarán su muerte?

Ese tipo de preguntas son las que, mitad por ser periodista y mitad por ser un metiche sin remedio, continuamente rondan mi mente.

A esas interrogantes son a las que doy, o intento dar, respuesta con mis cuentos.

En más de una ocasión H. Pascal, el sensai literario de Los Goliardos, el grupo de quien me honro ser parte, nos recuerda lo que dijo una vez Borges: “la vida no tiene porqué ser interesante, pero al literatura sí”.

Es por ello que la situación que viví hoy en la mañana podría tener diferentes explicaciones. El desconocido pudo ser nadie o cualquiera. Un tipo que se levantó temprano para ir a trabajar y tuvo la mala suerte de pararse más allá de la línea amarilla dibujada en el piso. Resbaló justo en el momento en que el tren se acercaba y el resto es historia. Mañana aparecerá en la Prensa o en el Gráfico, con un encabezado satírico e hilarante como el que esos periódicos suelen magistralmente colocar en sus noticias. Sugiero uno: “¡Qué mala pata!”.

Esos encabezados que te obligan a reír pero cinco minutos después te hacen sentir culpable.

Desde muy joven he leído a Ray Bradbury, a Stephen King, a Bram Stocker, a Robert Louis Stevenson, a Bret Easton Elis, a Cortázar, a Dante y a Mary Shelley, a Tom Wolffe, a José Agustín y un titipuchal de gente más.

Ellos son personas a quienes les gusta encontrarle tres pies al gato.

Imagino que para Stephen King el tipo que se suicidó (si así fuera el caso) esta mañana, se trata de un suicida compulsivo, alguien que reencarna continuamente y brinca, de vida en vida, en pos de aparecer en la época perfecta, un futuro determinado en el que alguien, un médico, un brujo o un científico, pueda ofrecerle una cura a su mal congénito: la reencarnación compulsiva. Este tipo anhela morir definitivamente, descansar de una vez por todas de esa alma nómada que no se cansa de aparecer de nuevo en la tierra en forma de otro cuerpo. Cada vez que nuestro héroe desea ir al futuro, se tiene que inmolar.

Bret Easton Ellis, el creador de Psicosis Americana, tal vez pensaría en un asesino en serie bastante sui géneris, quizá una especie de demonio que es capaz de meterse en el alma de la gente y obligarla a actuar según su voluntad. Si así fuera, se trataría del crimen perfecto, un espíritu que posee a los hombres y los obliga a suicidarse sin dejar ninguna huella.

Un autor de corte policiaco como Sir Arthur Conan Doyle tal vez nos ofrecería una trama mucho más detectivesca. La persona a la que asesinaron (porque en este caso se trataría de un homicidio) podría ser el poseedor de un secreto que, por ningún motivo, debía salir a la luz. Imagino la siguiente escena: dos hombre platican en un bar y uno le confiesa al otro que se trata del científico que posee la cura contra el Sida. La ha descubierto por casualidad en su laboratorio y a la mañana siguiente la irá a patentar, pero de momento, se encuentra en ese bar celebrando su hallazgo. Por eso le invitó una copa a un desconocido. Al día siguiente el amigo anónimo, que ha seguido a nuestro héroe en su periplo de bar en bar, decide empujarlo a las vías del metro. ¿La razón? Se trata de otro científico que la noche anterior descubrió un retro viral que puede alargar la vida de los enfermos de VIH si se toma durante diez años. Pensó que haría una fortuna y se fue a celebrar a un bar donde encontró el primer científico y decide asesinarlo antes de que termine con su gran negocio.

Truman Capote investigaría hasta lo más recóndito las últimas 24 horas del muerto y confeccionaría una obra de arte.

¿Qué explicación ofrecerían Paul Auster o Gabriel García Márquez?

Por eso adoro la literatura. Mientras el compromiso del periodismo está establecido con la verdad, el del cuento se basa en la originalidad.

El quinto Mandamiento dice que no debemos mentir, pero los escritores somos mentirosos compulsivos e irremediables.

Esta mañana, mientras esto escribo, escucho una canción que desde siempre ha sido como mi himno personal, mi mantra y mi declaración de principios. Se trata de Mr. Writer, interpretada por los originarios de Gales, Stereophonics, e incluida en el disco Just enougjh education to perform, lanzado en 2001.       

El coro dice, a la letra: “Señor escritor, ¿porqué no cuentas las cosas tal y como sucedieron? antes de irte a casa”.

Pienso en el muerto de esta mañana y la explicación que yo daría a su muerte. Quizá es un ángel rebelde que decidió regresar al Cielo para derrocar a Dios.

Tengo muy claro porqué escribo. Como dijo Michael Ende, el autor de La historia interminable: La fantasía no es una forma de eludir la realidad, sino una manera más valiente de enfrentarla. Por eso le corté la cabeza a Santa Claus en mi libro, porque eso es lo que le hacemos a los niños cuando les confesamos que no existe. Me pregunté qué pasaría si nosotros fuéramos los amigos imaginarios de nuestros amigos imaginarios. Seguramente desapareceríamos cuando a ellos se les obligara a madurar. Así nació mi cuento Rómulo, Rosario y La Gárgola. ¿No es acaso el amamantar a los hijos una suerte de acto vampírico? Si los vampiros sorben la vida de los mortales a través de la sangre, algo de eso hay en el hijo que recibe la vida del seno de su madre.

Sí, soy el Señor Escritor y nunca contaré las cosas tal como sucedieron porque entonces a nadie le interesaría lo que escribo. Si no escribiera ya me hubiera vuelto loco, o lo que es mejor, porque estoy loco y no quiero volverme cuerdo, es que no paro de escribir.


Arturo J. Flores

México DF. 22 de febrero de 2010



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